Los Hermanos Grimm: confabuladores Clásicos



A doscientos años de la aparición del primer tomo de Cuentos para la infancia (1812), los hermanos Grimm Jacob y Wilhelm, reconocidos como fundadores de la filología alemana, recibirán del gobierno de su país otro reconocimiento: la edición de una moneda conmemorativa de 10 euros, diseñada por el artista berlinés Christian Hoepfner y acuñada como homenaje a estos escritores que han invadido nuestra infancia con sus sueños.
Confabulación celebra el Día de las Brujas, Magas y Hechiceras con “Rapunzel”, uno de sus más famosos relatos, llevado al cine por Disney en 2010.




Había una vez un hombre y su esposa que por largo tiempo esperaron en vano por un hijo. Al fin la mujer supo que Dios estaba por concederles el deseo. Esta gente tenía en su casa una ventana en la parte de atrás desde la cual se veía un hermoso jardín, lleno de las más bellas flores y hierbas. El jardín, sin embargo, estaba rodeado por un gran muro, y nadie intentaba entrar en él porque pertenecía a una "hechicera" que tenía grandes poderes y era temida por todo el mundo. Un día la esposa estaba en la ventana mirando hacia el jardín cuando vio una era que estaba plantada con bellísimos rapunzeles (rapónchigo o nabiza: planta campanulácea de raíz comestible). Y las vio tan frescas y verdes que suspiraba por ellas y le entró el gran antojo de comer algunas. 
Ese deseo se incrementaba día a día, y como ella sabía que no podía coger ninguna, fue perdiendo su salud, y se veía pálida y miserable. Entonces su esposo se alarmó y preguntó:
—¿Qué es lo que te sucede, querida esposa?
—¡Ay, si yo no pudiera obtener alguno de los rapunzeles, que están en el jardín atrás de la casa, para comerlos, me moriría.
El hombre, que la amaba mucho, pensó:
—Antes que dejar que mi mujer se muera, le traeré algunos rapunzeles, no importa lo que cueste.
Al crepúsculo, escaló y atravesó el muro cayendo sobre el jardín de la hechicera, rápidamente cogió un racimo de rapunzeles y se los llevó a su esposa. Inmediatamente ella se hizo una ensalada y se la comió con mucho gusto. A ella, sin embargo, le gustaron tanto, tanto, tanto, que al día siguiente estaba tres veces más antojada que antes. Si él debía tener algún reposo, debería ir otra vez más al jardín. En la penumbra del atardecer, sin embargo, él bajó de nuevo el muro, pero cuando había bajado al suelo, se asustó terriblemente pues encontró a la hechicera parada a su lado.
—¿Cómo te atreves —dijo ella con una mirada furiosa—, descender dentro de mi jardín y robarme los rapunzeles como un ladrón? ¡Sufrirás por ello!
—Oh —contestó él— deja que la misericordia tome el lugar de la justicia, yo sólo lo hacía por necesidad. Mi esposa ha visto sus rapunzeles desde la ventana, y ha sentido tan grande antojo por ellos, que moriría si no le llevo algunos para comer.
Entonces la hechicera calmándose le dijo:
—Si el caso es como lo dices, te permitiré llevar contigo todos los que quieras, solamente con una condición, deben darme la creatura que tu esposa traerá al mundo. Será muy bien tratada, y yo cuidaré de ella como una madre. 
El hombre, aterrorizado, consintió en todo, y cuando nació la creatura, la hechicera apareció al momento y le dio a la creatura el nombre de Rapunzel, y se la llevó con ella.
 Rapunzel se desarrolló como la niña más bella bajo el sol. Cuando cumplió los doce años, la hechicera la encerró en una torre, dentro del bosque, que no tenía puertas ni escaleras, excepto una pequeña ventana arriba. Cuando la hechicera quería subir, ella se paraba exactamente abajo de la ventana y gritaba:
—Rapunzel, Rapunzel, tírame tu cabellera.
Rapunzel tenía una exuberante cabellera larga, muy fina y de un color dorado, y cuando ella oía la voz de la hechicera, se soltaba las prensas que la sostenían, la amarraba de una de las barras de la ventana, y entonces la dejaba caer veinte metros hacia abajo, y la hechicera subía por medio de ella.
Como uno o dos años después, sucedió que el hijo del rey, recorriendo el bosque, llegó a la torre. Entonces oyó una canción de una voz tan tierna que se detuvo y se quedó escuchando. Era la voz de Rapunzel, que en su soledad pasaba el tiempo haciendo resonar su dulce voz. El hijo del rey quería subir hasta ella, y buscó la puerta que no encontró. Él regresó al hogar, pero el canto tocó tan profundamente su corazón, que todos los días iba al bosque a escucharla. Un día, cuando él estaba parado detrás de un árbol, vio que la hechicera llegó allí, y escuchó lo que gritaba:
—Rapunzel, Rapunzel, tírame tu cabellera.
Entonces Rapunzel bajó las trenzas de su cabello, y la hechicera subió hasta ella.
—Si esa es la escalera por la que uno sube, probaré por esta vez mi fortuna —dijo él.
Y al siguiente día, cuando empezaba a oscurecer, él fue a la torre y gritó:
—Rapunzel, Rapunzel, tírame tu cabellera.
Inmediatamente la cabellera bajó y el hijo de rey subió. Al principio, Rapunzel quedó terriblemente atemorizada cuando un hombre como sus ojos nunca habían conocido, llegó donde ella. Pero el hijo del rey comenzó a hablarle como un amigo, y le contó que su corazón estaba tan conmocionado que no tenía descanso, y que se había visto forzado a verla. Entonces Rapunzel perdió su temor, y cuando le preguntó que si ella lo tomaría por esposo, y ella vio que era joven, apuesto y bueno, pensó:
“Él me amará más que la vieja hechicera”, y dijo sí, y puso sus manos en las de él.
Entonces le dijo:
—Estoy decidida a ir contigo, pero yo no sé cómo bajar. Trae contigo un ovillo de seda cada vez que vengas, y yo tejeré una escalera con ellos, y cuando esté lista, yo descenderé y podrás llevarme en tu caballo.
Ellos acordaron que mientras llegaba ese momento, él vendría cada atardecer, ya que la vieja mujer llegaba en las mañanas. La hechicera no sabía nada de eso, hasta que un día inocentemente Rapunzel le dijo a ella:
—¿Dime señora, por qué sucede que eres mucho más difícil para mí subirte, que al joven hijo del rey? Él estará conmigo más tarde.
—Ah já, chica malvada —gritó la hechicera—. ¿Qué es lo que has dicho? Yo creía que te había separado del mundo, pero me has engañado. 
En su enojo ella agarró las bellas trenzas de Rapunzel, las enrolló en su mano izquierda, sostuvo unas tijeras con la derecha, y tras, tras, tras, todas fueron cortadas, y las adorables trenzas quedaron en el suelo. Y estuvo tan sin piedad que se llevó a Rapunzel a un desierto donde tuvo que vivir en gran pesadumbre y miseria.
Ese mismo día en que mudó de sitio a Rapunzel, la hechicera al atardecer ató todas las trenzas que había cortado del cabello de la muchacha, las amarró a las barras de la ventana, y cuando el hijo del rey llegó y gritó: “Rapunzel, Rapunzel, tírame tu cabellera”, dejó caer las trenzas.
El heredero del trono ascendió, pero no encontró a su amada Rapunzel, sino a la hechicera, que le lanzaba malvadas y venenosas miradas.
—¡Ah já! —gritaba mofándose—, hubieras alcanzado a tu apreciada, pero el bello pájaro no se sienta más en el nido para cantar, el gato la ha capturado y te arrancará sus ojos también. Rapunzel está perdida para ti, nunca más la volverás a ver.
El hijo del rey se confundió y sintió una gran pesadumbre, y en su desesperación saltó desde lo alto de la torre. Él escapó con vida, pero las zarzas en que cayó le agujerearon los ojos. Entonces anduvo errante y  ciego por el bosque, comiendo únicamente raíces y bayas, y no hacía más que lamentarse y llorar por la pérdida de su amada esposa. 
Así él vagó miserablemente por varios años, y al fin llegó al desierto donde estaba Rapunzel, quien con los gemelos que había dado a luz, un niño y una niña, vivían en desdicha. 
Él oyó una voz, y le pareció tan bella y familiar que corrió hacia donde la oía, y cuando llegó Rapunzel lo reconoció y recostándolo sobre su cabeza, lloró. Dos de sus lágrimas le humedecieron sus ojos, y le devolvieron la vista y pudo ver el rostro de su amada. Él entonces la llevó a su reino donde fue recibido con júbilo, y desde ese día vivieron felices.