Tierra Quemada



Por Óscar Collazos

Como una primicia narrativa, presentamos un fragmento de la novela Tierra quemada que se encuentra en preparación, del prestigioso escritor colombiano Oscar Collazos (Bahía Solano, 1942).
Autor de 14 novelas y de 5 libros de cuento, Collazos comparte aquí con todos los confabulados su alegoría sobre un éxodo hacia ninguna parte, que ocurre en un territorio sin nombre, al final de una guerra que nunca acaba. La obra se publicará a principios de 2013.

Martín Alonso reiniciaba el ejercicio sin dejarse ganar por el desaliento. Había borrado del mapa imaginario ciudades grandes y pequeñas, cortando todo acceso a las concentraciones urbanas. Creía haber identificado una parte de los territorios recorridos. Los enmarcaba en un círculo igualmente imaginario, pero cuando pretendía darle continuidad al mapa dibujado en su imaginación, lo confundía un detalle imprevisto. No era posible que en esa zona apareciera de repente el cascarón de una antigua fábrica, ¿de qué?, ¿cerrada hacía cuánto tiempo?, que cuando ya había cartografiado la topografía del terreno irrumpiera la sorprendente aridez de una zona desértica y muchos kilómetros más adelante empezaran a levantarse altos muros con alambradas y garitas sucesivas con hombres armados, cubriendo un perímetro inalcanzable de tierra sembrada no sabía de qué porque los muros eran tan altos y la vigilancia tan espesa, que no conocía producto de la tierra que pudiera ser vigilado con tanta severidad. Una vez creyó haber escuchado mugidos de ganado vacuno y le pareció ridículo aceptar que se trata de figuraciones suyas. No se sentía capaz de seguir. Lo dejaría para más tarde. Pero antes, cuando se imaginaba focos de insurgentes en huida, la caravana alteraba el rumbo y el croquis inicial era distinto y más confuso. Nuestra caravana se movía evitando las confrontaciones. Pensó  que tal vez fuéramos un escudo humano, que mientras los insurgentes tuvieran familiares en esta caravana, antiguos combatientes o simples campesinos, la Empresa no sería blanco de ataques decisivos, sólo de escaramuzas momentáneas. Tal vez no fuéramos nosotros los fugitivos, podía pensarse que los fugitivos eran los ejércitos de La Empresa. El vuelo de los aviones de combate en sentido contrario al de nuestra marcha nos decía que nos alejábamos de las confrontaciones. Más adelante, el vuelo de helicópteros artillados de este u oeste nos sugirió que algo seguía sucediendo a los costados, hostigamientos desde todos los flancos, pensamos. Martín Alonso volvía a preguntarse: ¿qué éramos, rehenes o refugiados?
  No sé por qué, dijo el viejo Arcesio, pero esta marcha no pasará nunca por una ciudad.
  Quienes lo escucharon, se quedaron pensativos.
 Martín Alonso dijo que era cierto, que hasta donde llegaban sus cálculos, los accesos a las ciudades permanecían cerrados o eran sistemáticamente evitados. Pese a estar cerrados, había ocasiones en que los helicópteros venían desde el lugar donde él tenía identificada la ubicación de una ciudad e incluso la existencia de guarniciones militares. Los helicópteros iban y venían a diario de una ciudad o de sus extramuros. Quizá fueran cierres programados desde las ciudades hacia fuera y no desde el campo hacia las ciudades. Se había dado la orden de cortar toda entrada a las ciudades, pequeñas, medianas o grandes, la consigna era evitar la entrada de más refugiados a los cascos urbanos. No cabían más campesinos en las ciudades. Envilecidos por la pobreza o la violencia, se regaban por los extramuros de las ciudades y las volvían invivibles. Había que detener el flujo del campo a las ciudades, pensaba. Se hizo una última conjetura: la guerra se estaba quedando en los campos, se pretendía blindar a las ciudades del horror que se había estado viviendo más allá de medianas y grandes concentraciones urbanas. Por otra parte, los campos, al menos los campos que venían recorriendo, ya no producían nada que pudiera abastecer a las ciudades, los abastecimientos debían de estar llevando de otras partes, de otros países, de otros campos, en barcos y e aviones comerciales, a puertos cada día más grandes. Se imaginó entonces un país de ciudades que podían seguir el curso normal de sus vidas sin que se sintieran afectadas por lo que sucedía en los campos, inabarcables extensiones de ruina animal, vegetal y mineral.